Por los siglos de los siglos la paternidad fue una opción del “tome o déjelo”. Uno podía recoger el guante o pasar de largo sin siquiera ojear tal posibilidad. Más tarde, en este trayecto evolutivo, el fantástico poder de la ciencia mutó y hasta “democratizó” el concepto de paternidad. Pasó sin escalas a convertirlo en un derecho, y por más llamativo que parezca, también en una imposición.
Sí, la historia que sorprendió a propios y extraños cuenta que una pareja de Tres Arroyos, en el pasado y durante la primavera de la relación, tuvo a través de fertilización in vitro un hijo, y al tiempo se soltó la mano. Pero en el interín quedaron preservados embriones, congelados básicamente.
Después de haberse separado, y transcurrido el tiempo del 2006 a nuestros días, esta mujer determinó buscar un segundo niño bajo la misma modalidad. Empecinada o enceguecida, intentó una vez más. Redobló la apuesta. Aunque, claro está, con el reparo de ser una decisión unilateral. Como si estuviera mirándose solamente su ombligo. El ex marido, rotunda y naturalmente, se opuso a la iniciativa.
Sin embargo, la mujer recibió palmadas de contención por parte de la Justicia Civil, que sí le dio luz verde a la idea, y avaló que siga adelante. Cercenado en su voluntad de procrear, el fallo significó un revés al mentón para el hombre, quien de buenas a primeras se encontró arrinconado.
La noticia superó la simple curiosidad: como no podía ser de otra manera, el insólito caso destapó la olla de la polémica, y la catarata de interpretaciones multicolor comenzaron a reproducirse en masa.
Patricia Alkolombre, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, señaló que “más allá de una cuestión bioética, se está privilegiando un deseo materno y excluyendo el paterno. Esto tiene que ver con un proyecto de una pareja, que luchó denodadamente para tener hijos. De repente su plan cambió, y cuando eso pasa las condiciones también se modifican”. Y agregó: “Esto pone sobre el tapete otro tema, que es el destino de miles de embriones que están freezados”.
Con más dudas que certezas, cabe destacar que el asunto está intercalado por una serie de disputas ético-jurídicas de compleja resolución. Conflictos que demandan largas sesiones de debate en aras de consenso. Dicho esto, ¿dónde terminan mis derechos y, por lo tanto, dónde empiezan los de los demás?
En este sentido la Dra. en Bioética, Nelly Espiño, justificó la sentencia porque “el hombre se comprometió a futuro, desde el momento en que se sometió al tratamiento. No es solamente encargar un servicio a una clínica, sino también tomar obligaciones. Porque una vez concebidos los embriones, son hijos, no objetos. Es vida humana que debe ser protegida”. Y continuó: “Para la ley civil argentina se es persona desde la concepción. Desde lo jurídico hay un vacío legal que tendría que ser cubierto, pero éticamente es lo más reprobable que hay”.
El avance de la ciencia sobre la procreación colocó estas respuestas en una verdadera encrucijada donde las salidas, en buena ley por cierto, son múltiples. Resulta casi imposible acompañar los adelantos con nuestra capacidad de asimilarlos y tomar aire, todo un proceso, debido a la velocidad meteórica con la que se suceden. Una postal que refleja, a la vez, el acelerado ritmo en el que estamos inmersos y del que es dificultoso mantenerse al margen.
Circunstancias como la expuesta nos hacen replantear una y otra vez usos, costumbres y convicciones que antes parecían indelebles, y hoy ya no lo son tanto. Un desencaje de piezas, donde los progresos científicos llevan años luz de ventaja sobre el impacto que producen. Lo que equivale a pensar que nuestros razonamientos son en base a hechos consolidados. Es dificultoso rebobinarlos, justamente porque ya encontraron su lugar.
Pocas cosas, en esta vida, se ven atravesadas por la vara de la imparcialidad. La ciencia no es la excepción a la regla, y por eso la ética debería ser un pilar de su estudio. Del lado de los ciudadanos resta asumir un mayor compromiso de indagación, responsabilidad y cautela ante cada innovación.
Fausto Herbstein
Ya la habíamos charlado en clase, pero la verdad Fausto, la nota está excelente. Me gusta mucho la agudeza del primer párrafo.
ResponderEliminarLeyéndolo, incluso, el texto tiene más fuerza y fluidez que leída en voz alta.
¡Muy buen trabajo!
Saludos
Quique Garabetyan